La carta a los Efesios es el gran documento de la unidad eclesial. El autor pone la unidad de la humanidad entera como objetivo del designio divino sobre la historia (1,9-10), que se realiza por medio de Jesús, el Mesías, prometido al pueblo judío, pero de hecho perteneciente a la humanidad entera (1,11-14; v. Col 1,27).
El autor desarrolla la metáfora del cuerpo aplicada a la Iglesia que ya aparecía en Pablo (1 Cor 12; v. Col 1,18; Ef 1,22-23), pero afirma también la actividad universal de Dios por medio del Mesías (1,10.20-22; 3,10; 4,10). El designio de unidad se lleva a cabo reconciliando a los hombres entre sí (2,14) y, para ello, aboliendo todo obstáculo, privilegios raciales, religiosos, culturales, políticos, cuyo prototipo era la Ley mosaica (2,14-16). La Iglesia, por tanto, símbolo y anticipo del reino de Dios, es el lugar donde toda discriminación desaparece (Gál 3,28; Col 3,11); ningún pueblo tiene derecho preferente ante Dios (2,17-18).
La unidad, sin embargo, que debe manifestarse en la Iglesia (4,1-6), no es estática, sino dinámica y, por tanto, excluye la uniformidad (4,7-11) y la pasividad (4,12); por el contrario, está caracterizada por la colaboración en una tarea común a la cual las dotes de cada individuo contribuyen activamente (4,11-13). Medio y camino para alcanzar el objetivo es el amor mutuo y sincero, es decir, la responsabilidad que siente el cristiano por el crecimiento propio y de los demás, en la línea que Dios señala (4,15-16; v. Col 2,19).
Es notable la insistencia de la carta en la experiencia interior del cristiano: no basta el saber intelectual, hace falta una revelación interior que lleve al conocimiento personal de Dios, para que el cristiano descubra los horizontes de su llamamiento y los motivos de su confianza (1,17-19); es necesaria también la fuerza interior del Espíritu para que Cristo sea una realidad en la vida (3,16-17); el amor fraterno, fruto de la experiencia de Cristo, es el que permitirá llegar a conocerlo plenamente, con una penetración que sobrepasa la capacidad humana (3,18-19).
La sección moral de la carta (4,17-5,20), y especialmente la que expone las relaciones domésticas (5,21-6,9), manifiesta una inspiración judía helenística.
El autor se presenta como un judío cristiano (2,3.11.17) helenizado, que adopta algunas nociones gnósticas (relación cabeza-cuerpo; matrimonio Cristo-Iglesia). Conocía los escritos paulinos y, en particular, la carta a los Colosenses; continúa y desarrolla algunas líneas de Pablo.
La ocasión de la carta parece haber sido la sorprendente afluencia de paganos a la Iglesia; esto podía acarrear el peligro de un nuevo particularismo por olvidar el pasado judío, y el autor se propone poner remedio. La fecha de composición puede oscilar entre los años 80 y 100, posiblemente, dadas las semejanzas con Col, en Asia Menor.
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